FÚTBOL: ADHESIÓN O MODA

FÚTBOL

Alejandro Sánchez

1/1/20252 min leer

Adhesion o Moda
Adhesion o Moda

No considero el fútbol como una mera opción de ocio de fin de semana. Es una religión. Religión profana que se practica de lunes a domingo y reconoce al aficionado que está en las gradas del estadio como albacea del un herencia familiar, cultural, incluso estético. Al aficionado de grada en el estadio aquel que no considera impedimento ni el rival, el frío o el calor. Al campo se va porque hay que ir, porque forma parte de la liturgia futbolística, es algo superior a uno mismo que no tiene presente ni edades, ni clases sociales. Se va porque se es parte de una consagración.

El carnet de socio no es un plástico que se pasa por el torno de entrada, no es una tarjeta de cliente, no implica la devolución del dinero si no se queda satisfecho con el juego de su equipo o con el resultado, se cabrea si no le gusta lo que ve, claro que no porque no ha asistido para calentar la butaca sino para calentar y sentir el calor de la grada. Al estadio se acude por la camiseta, la del equipo que queremos gane, evidente. El gol, el abrazo del gol, sigue siendo el punto álgido de la liturgia, pero también se rendirá culto a la previa. Y al pospartido si se tercia. No se tiene un papel meramente decorativo que le concede el fútbol moderno, temeroso siempre de todo aquello que no puede homogeneizar, prever o anticipar en estudios de mercado. El aficionado de grada quiere divertirse. Pero eso no dependerá necesariamente de que presencie una goleada o el balón se mueva muy rápido sobre el césped. Pero pertenecer a un grupo hace que entretenerse o aburrirse sean sensaciones ínfimas, frente al compromiso, la identidad, la pertenencia, adhesión, comunidad. El aficionado de estadio tiene un halo “Kennedysiano” que se reivindica al preguntarse puede hacer él por los once que están sobre la hierba. Agitar una bandera.

Recorrer kilómetros. Animar más. Hacer horas de cola. Quedarse tras el pitido final para rendir tributo al esfuerzo. El aficionado de estadio tiene su propio calendario. Viajes, planes y vacaciones están condicionados al partido de su equipo. El aficionado de estadio asume que con su apoyo puede tener la capacidad, el derecho, de influir de forma directa en el resultado final. Tanto es así que los entrenadores piden una olla a presión cuando se complica un partido. Cada tiene sus normas, sus peculiaridades, debido a ello cada estadio suena diferente. Resulta una aberración diluirla con megafonías de sin alma que reproducen mensajes idénticos en todos los estadios hasta imponer un paisaje patrón carente de pluralidad. Eso es censura.

El estadio es la casa del aficionado, su historia, su ciudad, sus recuerdos. Se debe huir de entender el fútbol como un producto de exportación en busca de nuevos mercados. Eso simplemente expolio, los equipos pertenecen a los barrios que les dotaron de una esencia, a las ciudades donde se forjaron rivalidades, a las aficiones que poblaron las bancadas de sus eternos rivales. El fútbol es un patrimonio cultural a proteger y las instituciones políticas deberían ser conscientes de ello. Despojado de su hábitat, el fútbol se convierte en un simulacro desvirtuado y sin futuro. Se muere la pasión no es una moda sujeta a coyunturas. Es precisamente la adhesión incondicional el suelo sobre el que se debe construir todo lo demás. Si el fútbol es una moda, corre el riesgo de quedar eclipsado por la siguiente cuando menos se lo espere.